Las principales televisiones privadas
luchan por la audiencia. Ardua tarea en tiempos pasados. En su continuidad es
el sí o el sí de su razón de ser. Cuantos más españoles estén delante de la
pantalla y por más tiempo, más garantía de éxito, económico, claro. Los anuncios son la clave de los ingresos. Da
igual el tipo, medida o contenido. Da lo mismo el horario adulto o infantil. En
realidad da un poco igual las normas. Lo importante es recaudar. Para
conseguirlo, nos llaman la atención con programas un tanto agresivos, formatos
fáciles y baratos donde el telespectador solo utiliza los ojos y poco o nada su
capacidad de raciocinio. Programas que rozan el esperpento, que dañan en
algunos casos la inteligencia. No importa, hay españoles para todo,
indistintamente de la edad.
Audiencia variada para una selectiva
ignorancia. Da igual si tienen carrera, estudios medios o ninguna clase de
formación. Aunque todos pensantes, salvo cuando están enganchados al programa
de turno. Se olvidan de lo que son, de lo que hacen y sobre todo de la
situación personal de cada uno, muchas veces impuestas por otros. El caso es
devorar carnaza a través de una pantalla cómodamente sentados en sus sillones.
Todo respetable, aun siendo un camino desastroso. Unos recaudando sin
escrúpulos, todo vale. Los demás sumisos, contentos dirigidos. Y unos cuantos
apenados, llorando sobre las páginas de un libro sin dar crédito a todo lo que
los envuelve.
Tal vez, solo tal vez, anclados en un
pasado rodeados de necesitada libertad.
*José Manuel
Salinas*
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